Recuerdo que hace algunos años, mientras estudiaba la universidad, un amigo me contó cómo, al estar parado en un semáforo, un coche le pegó por atrás; él se bajó para revisar los daños y el otro coche decidió huir, pegándole con el espejo retrovisor y tumbándolo de espaldas sobre el pavimento.
Por desagradable y poco cívica que te pueda parecer la escena, el mayor enojo de mi amigo era que esto sucedió en la hora pico, había decenas de personas: en sus coches, cruzando la calle o paradas en la banqueta, y nadie le ayudó, nadie le preguntó si estaba bien u ofreció prestarle su celular.
En ese momento yo no lo sabía, pero hay un fenómeno psicológico llamado “efecto espectador” o “bystander effect” (en inglés), que dice que la probabilidad de que alguien te ayude cuando te pasa algo en público es inversamente proporcional a la cantidad de espectadores o testigos. En otras palabras, si se te caen tus cosas, te tropiezas, desvaneces u otro en público, es más probable que recibas ayuda cuando hay una persona presente que cuando hay muchas.
De acuerdo a algunos psicólogos, cuando vemos que alguien está en problemas tenemos que decidir entre las distintas opciones que eso representa. Puede que sea una emergencia real o que lo esté fingiendo, te están grabando para un programa de televisión o es un show callejero. Como la decisión debe ser rápida, muchas veces observamos lo que están haciendo las demás personas y tomamos esa misma posición. Como desafortunadamente la mayoría de las personas no son fans de destacar entre la multitud, todos se observan (haciendo nada) entre sí y ninguno lo hace.
Además de esto, siempre está la pregunta de si es tu responsabilidad ayudar o debería hacerlo alguien más. Porque el chavo de allá se ve menos ocupado que yo, y la señora del suéter está más cerca. Al no existir una clara cadena de mando el cerebro se pasma y, al igual que en el párrafo anterior, nadie hace nada.
La historia cambia dramáticamente cuando te encuentras solo, porque eres más propenso a reconocer que realmente existe un problema y ayudar al necesitado. Y cuando digo dramáticamente, me refiero a que, por ejemplo, en una investigación un estudiante simula tener un ataque epiléptico en público, recibió ayuda un 85% de las veces que solo había una persona presente, pero solo un 30% de las ocasiones en que había 5 personas presentes.
¿Que para qué te sirve saber todo esto? Pues ¡para actuar!
Por un lado, cuando seas espectador recuerda esta información y ayuda si te es posible, ten en cuenta que es probable que nadie más lo haga.
Por otro lado, si TÚ eres el que necesita ayuda, necesitas saber “romper” este efecto, de modo que puedas recibir la ayuda que necesitas. De acuerdo al experto en persuasión Robert Cialdini, esto lo puedes lograr escogiendo alguna cara amigable de entre la multitud y explicando claramente qué necesitas, por ejemplo: no puedo mover mi espalda, por favor ayúdame a sentarme; tengo diabetes, por favor necesito algo de azúcar lo más rápido posible; o siento un dolor muy fuerte en el pecho, por favor pide una ambulancia.
Ese día mi amigo y Yo no conocíamos esta información, de modo que ni pidió ayuda, ni la recibió… y aparte del golpe, simplemente se sintió completamente solo entre la multitud.