Psicología Positiva: una ciencia prostituida por los medios

Existe un debate sobre la validez científica de la Psicología Positiva que, desde mi punto de vista, se pelea en dos frentes: uno al interior de la misma, buscando mejorar las estrategias y metodologías de investigación; y el otro que ronda más sobre una mezcla de conceptos o conceptualizaciones hechas por algunos medios de comunicación, autores de autoayuda, coaches, capacitadores y otros que, en su afán por vender, convierten estudios científicos rigurosos en meros títulos sensacionalistas. Si bien entre los objetivos de la Psicología Positiva se encuentran dar a conocer los resultados de investigaciones científicas y diseñar intervenciones válidas y fiables, que puedan ser aplicadas por las personas en general (tengan o no conocimientos de Psicología), esto ha sido aprovechado por la llamada industria de la felicidad, que simplifica y generaliza los conceptos en paquetes o teorías fácilmente vendibles y de alto impacto mercadológico que, al no estar científicamente validadas, pero sí ampliamente difundidas minan, por decirlo de alguna manera, la credibilidad de la Psicología Positiva como la ciencia que es.

Como todo campo de la ciencia, la Psicología Positiva se encuentra en desarrollo y, aunque utilice métodos que han demostrado ser eficaces para avanzar en ámbitos como la ciencia de los trastornos mentales, siempre que se busque un mejoramiento, es sano tener un debate sobre las estrategias más efectivas para abordar el objeto de estudio, los conceptos que lo forman, su filosofía, ética y puntos críticos de control, el rigor de las metodologías empleadas, la posible generalización o no de sus resultados, etcétera. Sin embargo, estos debates a menudo se ven contaminados por las interpretaciones de un mundo exterior, uno que no pertenece al ámbito científico, y cuya percepción está generada por la rapidez con la que estamos acostumbrados a vivir, la búsqueda de fórmulas mágicas y el desconocimiento que reina en la era de la información, en la que conceptos inventados por Hollywood son convertidos en religión (como el Jediismo) y cualquier enunciado, con el impulso adecuado, puede ser convertido en culto.

Es importante notar que esta explotación de la ciencia no es exclusiva de la Psicología Positiva ni de las teorías que buscan mejorar la calidad de vida de las personas, y aunque creo que conforme la interconectividad crece, también lo hace este fenómeno, tampoco es nuevo. Existen dos claros ejemplos que quiero citar al respecto, porque considero que dan un entendimiento claro de lo manipulado o simplificado que puede llegar a ser un estudio, desde su realización por científicos investigadores, hasta su conocimiento por el público en general. El primero tiene que ver con el lenguaje corporal, específicamente de la muy difundida regla que nos dice que el 7% de la información recibida se debe a las palabras, el 38% a los elementos de la voz (entonación, proyección, resonancia, etc.) y el 55% al lenguaje corporal (gestos, posturas, movimiento de ojos, etc.); convirtiendo toda comunicación en un 93% no verbal. Esta, se atribuye (si es que acaso se comenta de dónde se obtuvieron los datos) a los estudios de Albert Mehrabian, profesor Emérito de Psicología en la UCLA; no obstante, al hacer una revisión de cómo se obtuvieron esos números, podemos encontrar que en realidad se realizaron dos estudios de laboratorio en 1967, los cuales investigaban cómo juzga la gente el mensaje de un emisor cuando lo que dice es incompatible con su tono y expresión, uno buscando distinguir los aportes entre componentes facial y vocal, y otro, la diferencia entre el tono y la expresión. Sin embargo, vender una regla 7-38-55 es más fácil y novedoso que explicar las condiciones de inconsistencia entre actitudes verbales y conductuales sobre las que pueden aplicarse los estudios.

El segundo ejemplo se refiere a cuando la prensa nos presenta un encabezado diciendo que el estrés de una mujer embarazada se transmite al bebé, causando que esta se estrese por estar estresada, sin tomar en cuenta que dicho estudio se realizó en ratas, y que la prueba de estrés consistía en tenerlas en espacios confinados donde no pudieran moverse, además de ponerlas a nadar hasta que empezaran a ahogarse de cansancio, situaciones que no son ni cercanamente comparables al estrés de la oficina; y una vez más, si investigamos un poco, encontraremos que solo el estrés severo, como sobrevivir un ataque terrorista o quedarse sin casa durante el embarazo, incrementa el riesgo de nacimiento temprano, así como bajo peso del bebé (Schetter, 2011); y que el estrés moderado del día a día incluso puede ayudar al bebé a desarrollar un sistema nervioso fuerte, mejorar el desarrollo cerebral e incrementar la variabilidad del ritmo cardiaco, medida biológica de la resiliencia al estrés (DiPietro, Kivlighan, Costigan, Rubin, Shiffler, Henderson y Pillion, 2010).

Existen muchos otros ejemplos, sin embargo me parece que con estos queda claro que, así como la industria de la capacitación corporativa lucra con los estudios de Mehrabian, y la farmacéutica, médica e incluso la tabacalera con el estrés, así también hay quienes buscan lucrar con la Psicología Positiva. Y sin embargo, no vemos extensos ensayos, papeles científicos, ni acalorados debates sobre el lenguaje corporal o los efectos (buenos y malos) del estrés.

Podríamos especular que, en el caso de la Psicología Positiva, este impacto y debate se deben a que nació en una época en la que la información le da la vuelta al mundo en cuestión de horas, a diferencia del estrés cuya mala reputación se remonta a 1936; a que sus temas son tan variados que se pueden aplicar a la gran mayoría de trabajos y condiciones, a diferencia del lenguaje corporal; a que la búsqueda de la felicidad es un objetivo compartido por millones de personas; a un proceso de evolución cultural; a que es una forma tan radical de ver las cosas que genera detractores instantáneos, como aquellos a los que enfrentó Galileo, o alguna otra.

Pero lo cierto es que precisamente este gran interés, es el que ha logrado que en los últimos años se destinen más recursos y talento a investigar qué es lo que hace que la vida valga la pena vivirse, generando además, que los psicólogos positivos estén bajo un escrutinio particularmente extremo por parte de la comunidad científica, lo cual considero que, valga la redundancia, es positivo, porque añade un elemento de certeza adicional a las investigaciones científicas que se realizan. Aun y cuando no sea un campo del todo nuevo, pues muchos de los conceptos y teorías se han venido desarrollando desde hace años, gozando ya de mayor o menor aceptación.

En conclusión, la Psicología Positiva es una ciencia que utiliza métodos de investigación cuya eficacia ha sido probada en otros ámbitos, que se esfuerza por mantener el rigor de sus investigaciones y que sus alcances son tan amplios como la variedad de temas que engloba. Una ciencia en la que los investigadores deben tener cuidado de alejarse de interpretaciones banales u oportunistas, que pudieran minar la confianza en su trabajo al tiempo que provocan (incluso fomentan) que la joven rama de la Psicología Positiva continúe siendo objeto de prostitución. Así pues, como otras ciencias sociales y de salud, la Psicología Positiva deberá ir demostrando, con estudios cada vez más complejos, su valor y utilidad, ganando la aceptación de la comunidad científica y un lugar propio en el ámbito de las aplicaciones prácticas, válidas y fiables.

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