¿Has notado la diferencia de pensamientos y reacciones que tienes cuando alguien comete un error o falta y cuando tú la cometes?
Esto es común porque tendemos a emitir juicios apresurados sobre los demás, somos abogado, juez y verdugo en un instante. En cambio cuando la falta es nuestra, nos damos suficiente tiempo para exponer una defensa convincente (por lo menos para nosotros mismos); no estoy hablando de justificaciones y excusas, ¡que vaya que las hay!, sino de los motivos y razones que nos llevaron a actuar de la forma en que lo hicimos o que nos exoneran del error cometido.
El ejemplo más común es cuando en la calle se te cierra un coche; en cuestión de un par de segundos o menos dices en tu cabeza o en voz alta: “estás tonto”, “no sabes manejar”, “eres un tal por cual”. Pero no es así cuando nosotros nos le cerramos a alguien, porque tenemos una buena razón para hacerlo, o una no tan buena, como querer dar vuelta a la derecha desde el carril izquierdo. Cualquiera que sea el caso, validamos nuestras acciones a través de estos motivos, un “tengo prisa” es suficiente justificación para nuestras acciones, pero no para las de los demás, ellos no saben manejar.
Así pues, tu jefe se convierte en el peor jefe del mundo, tu vecino en el peor vecino del mundo, siempre te atiende el empleado más incompetente y te topas en el camino con miles de ineptos. Ya para estas alturas, deberías irte a vivir solo a una montaña porque de plano ¡qué mala suerte tienes!, aunque probablemente te topes con el peor oso del mundo ¿no crees?
Pero además, estas calificaciones exprés las hace uno con la mitad de la historia o menos, porque ni siquiera se te ocurre pensar en la remota posibilidad de que la otra persona pudiera tener alguna razón para haber actuado de esa manera. Y esto sucede todo el tiempo y prácticamente en todos los ámbitos de nuestra vida, es automático, calificas a las personas por una sola acción negativa. Sí, negativa; porque cuando alguien hace algo bien o gana algún reconocimiento ¿qué es lo primero que piensas? ¿que tuvo suerte?, ¿seguro alguien le ayudó?, ¿no se lo merece?, ¿pues a ver cuánto le dura?
Tranquilo, es normal… de hecho si no fuera tan común no estaría escribiendo sobre el tema 😉 . Es un mecanismo de tu cerebro que “protege” tu autoestima, prestigio social o valor propio. Aunque creo que sí hay algunas personas que de plano nada más son súper negativas jaja. Digo, tampoco te vas a dejar cuando alguien te agrede, necesitas resolver alguna situación con otra persona o ves una clara injusticia. Pero ¿cuántas veces te enojas o te enganchas con otro conductor, el del telemarketing, un cliente o proveedor, para después de un rato darte cuenta que fue un pleito tonto?
Por eso hoy te invito a dejar pasar esos primeros pensamientos que te manda “la loca de la casa”, como la llamó Santa Teresa de Jesús, y que pienses que son seres humanos como tú, que tienen sus propias preocupaciones y actividades, dales el beneficio de la duda en lo malo y celebra con ellos lo bueno. Estoy seguro que te desharás de una buena cantidad de negatividad innecesaria y compartirás más emociones positivas, fortaleciendo tus círculos sociales.