El verdadero poder de la información

Seguramente has escuchado más de una vez que la información es poder. Y creo que la mayoría de nosotros tendemos a pensar que esto es cierto porque nos permite muchas cosas. La financiera: tomar mejores decisiones en tu trabajo. Saber con antelación los detalles de un evento: comprar boletos en el mejor lugar. Enterarte del tráfico: poder evitarlo. Conocer el clima: elegir la mejor forma de vestirte para el día o decidir si llevas paraguas o no. ¿Notas alguna similitud? La información es poder cuando te permite tomar decisiones o cambiar tu comportamiento, pero este poder reside en ti, no en la información. Cuando no tomas ninguna decisión, cuando no te mueves a la acción, se convierte en datos que almacenas y con los que no haces nada al respecto, por lo menos conscientemente.

El verdadero poder de la información está en tu subconsciente, ya que registra todas tus experiencias y va creando esquemas mentales, paradigmas y creencias que te potencializan o te limitan. En él residen los programas a través de los cuales reaccionas ante las situaciones del mundo. Es nuestro piloto automático, muy útil para realizar actividades cotidianas como manejar; él se asegura que: vigiles los espejos, midas las distancias, calcules el radio de vuelta, aceleres y desaceleres. Tanto, que en ocasiones te preguntan la ruta que tomaste y no la recuerdas. De igual manera, el 95% de tus pensamientos, sentimientos, decisiones y acciones se generan a través de esos programas subconscientes.

Puedes notar la diferencia de sentimiento al apagar la luz después de ver una película de terror y una cómica; esta experiencia dura dos horas y genera un cambio poco duradero. Pero si todos los días pasas horas criticando, escuchando crítica, hablando mal de lugares o situaciones para rematar con noticias negativas antes de dormir, tu mente empieza a creer que así es el mundo, que esa es la relación real entre positivo y negativo. Te conviertes en esa persona a la que preguntarle cómo le fue significa escuchar todo lo que estuvo mal, todo lo que no le gustó, todo lo que debería cambiarse. Esa persona que escucha un nombre o un lugar y le llega a la mente un recuerdo negativo al respecto, esa persona que no disfruta su vida porque elige acordarse de todo lo malo. Y por si fuera poco, esto se convierte en lo normal para ti, por lo que ni siquiera te das cuenta que eres así.

La buena noticia es que siempre puedes entrenar a tu cerebro a ser positivo. Un ejercicio sencillo es: acordarte TAMBIÉN de lo bueno. La próxima vez que termines cualquier actividad, toma un instante para enumerar las cosas que más te gustaron o las cosas buenas que pasaron. Repasa el contexto; si fuiste a un restaurante no solo te enfoques en la comida y el servicio, piensa en la compañía, las conversaciones, la vista, tu interacción con otras personas. Incluye todo lo que se te ocurra, si pusieron tu canción favorita, terminaste el trabajo antes de lo que esperabas, reíste un buen rato, te agradó el clima, etc. Cuando alguien te pregunte sobre tu día o alguna experiencia en particular, recuerda estas cosas buenas que pasaron, y empieza por ahí.

Al principio puede que lo bueno no sea tan evidente, pero conforme tu cerebro se dé cuenta que sí existen cosas buenas les irá poniendo más atención. Empezará a escanear el mundo por cosas positivas, transformando la manera en que lo experimentas.

Deja un comentario